Son los incomprendidos. Los que arriesgan sus vidas para salvar otras y sin esperar nada a cambio. Son los Bomberos Voluntarios argentinos que hoy, 2 de junio, celebran su día.
“Hay personas que no entienden el porqué nos levantamos aunque esté lloviendo, con frío, a veces no dormimos y todo para un trabajo no pago. Creen que no tiene sentido pero para mí sí y por suerte hay muchos que piensan como yo”, dice Ricardo Ferreyra, bombero voluntario de Belén de Escobar.
Desde adolescente se despertó en él la vocación de ayudar a los demás. Un sentimiento “difícil de explicar, que sólo comprende quien también lo siente”. Fue así que, a pesar de no conocer a nadie, a los 14 años decidió visitar al cuartel de Bernal, partido de Quilmes, donde vivía en aquel momento.
Ferreyra recuerda: “Mi papá no tenía problema, pero mi mamá no quería que yo fuera bombero porque tenía miedo y se negaba a firmar los papeles de autorización”.
Sin embargo pudo convencerla y comenzó su carrera como aspirante. Desde el inicio debió acompañar a los mayores en los incendios y accidentes pues en aquellas épocas no había cursos o academias para aprender el oficio, todo era en base a la práctica y la observación de los demás.
Dos o tres años después los estudios y el trabajo lo separaron de su profesión, pero siempre que sonaba la sirena no podía evitar el querer salir corriendo para ayudar.
No fue hasta 1985 que ya de grande, luego de mudarse a la localidad de Garín, Escobar, la profesión volvió a llamarlo. “Un día había un incendio de pastizales en un campo y pensé en ir a avisar a los bomberos. Cuando llegué me dí cuenta que recién estaban construyendo el cuartel y encima el camión no arrancaba, así que lo arregle con mis conocimientos de mecánico y nos fuimos”, cuenta Lalo, como lo llaman sus compañeros.
Allí se quedó, levantando paredes para terminar ellos mismos la obra, arreglar los móviles y brindar sus servicios a la comunidad. Pero seis o siete años más tarde su nueva casa fue Belén de Escobar y el jefe del cuartel en ese momento, Daniel González, no dudó en abrirle las puertas.
A pesar de pasar por tres localidades y tres cuerpos de bomberos voluntarios diferentes, siempre encontró una familia. Una muy grande, que nunca le dió la espalda y que hoy le permite tener amigos por todo el país y el mundo. “Cuando me voy de vacaciones lo primero que hago es ir a conocer al cuartel de la ciudad y siempre te reciben con los brazos abiertos. Empezás a conocer personas de todas partes y gracias a las redes sociales hasta me contacto con bomberos de China”, asegura sonriendo Ferreyra.
Suelen perderse cumpleaños, fiestas, reuniones familiares para ayudar a los demás. No tienen feriados, ni francos y mucho menos realizan paros. Se enfrentan al fuego, rescatan bienes materiales y vidas.
Y aunque a veces imágenes trágicas de accidentes quedan grabadas en sus mentes, penas que preferirían olvidar pero no pueden, nunca dudan: si los llaman van y hacen lo que no muchos se animan.
“Para ser bombero tenés que tener vocación, lo tenés que sentir. No hay que pensar en la forma de sacar ventaja ni beneficio propio y que el único pago a cambio sea la satisfacción de poder decir 'hice mi trabajo, le salvé la vida a esa persona'”, admite con emoción el bombero voluntario.