El gran cantautor monteviedeano, Fernando Cabrera, se presenta el próximo 10 de mayo en un lugar inmejorable para disfrutar de su música y sus letras, el Teatro Media Legua de Martínez. Compartimos una entrevista publicada en Noviembre del 2017 por la Revista Timbó. Al pie de la nota, todos los datos para el show.
Delicado poeta, profeta de al lado
FERNANDO CABRERA
Texto: Timbó / Fotografías: Fabián Centurión
¿Recordás algún momento de tu infancia vinculado a la música que te haya conmovido o que te haya marcado definitivamente en tu carrera?
Muchas cosas, discos, bandas. Yo empecé a relacionarme con la música de forma bastante directa de muy niño, a los seis años. Me mandaron a estudiar guitarra. Fijate lo que es el destino, la profesora que se había instalado en mi barrio era argentina. Yo nací en Paso Molino, cerca del Prado. Ella se había radicado acá (Montevideo), era una muchacha que tendría 26 años. Montó una pequeña escuela de música a cien metros de mi casa, y ahí íbamos la gran mayoría de los niños del barrio con inquietudes musicales. Ella fue una de las primeras que me puso en contacto con el repertorio del folclore argentino. Esto fue exactamente en el año '63, había una moda tremenda de músicos que ya venía desde los 50 como Los Fronterizos, los Chalchaleros, Yupanqui. Cantantes como Ramona Galarza. Cosas del litoral como Linares Cardozo, Ramón Ayala, eran canciones que estaban muy de moda. En la radio las pasaban todo el tiempo, en la televisión aparecían ellos. Vendían discos a lo bestia. Fijate que recién en el '64 aparecieron los Beatles, que eso fue lo siguiente que me rompió la cabeza. Me mató. Ya no es original decir esto, pero transformaron a todo nivel. Fue la toma del poder de los jóvenes, “acá estamos presentes” con nuestros códigos, nuestras músicas, nuestra forma de hablar, nuestra forma de vestirnos. Y eso fue una gran renovación de la sociedad porque hasta ese momento el joven no tenía código propio. Vos eras niño y en cierto momento de la vida medio extraño te convertías en adulto. Y ya te pasabas a vestir como se vestían tu padre, tu tío. El folclore, el tango también estaban muy presentes, todavía estaban vivos y yo los consumía, pero la diferencia fue cuando apareció el rock, la guitarra eléctrica, los sonidos, la forma aguda de cantar. A nadie de las generaciones anteriores le gustaba. Dinamitaron las costumbres auditivas.
¿Tus padres qué hacían?
Mi padre siempre trabajó en el mundo de los fierros, los autos, la mecánica, los camiones. Y mi madre estaba en casa. Éramos ocho hermanos, ella tenía mucho trabajo. Algunos hermanos y primos míos también empezaron guitarra, pero se aburrieron. Y yo también me aburría, es muy engorroso el tema del solfeo y todo eso para un niño, pero no tuve el coraje de dejar.
¿Cómo era Paso Molino?
Era un barrio muy lindo porque muy cerca, a dos cuadras, teníamos un parque inmenso que se llama El Prado. Es un parque que tiene 100 hectáreas. Imaginate tener eso a dos cuadras de tu casa, es como tener una estancia a tu disposición para todos los juegos. Paso Molino es un antiguo barrio de Montevideo, un cruce de caminos con un centro comercial donde están todas las cosas: el banco, la librería, las tiendas, las talabarterías, la estación de ferrocarril. Reunía un poco esa característica de centro comercial y la parte bucólica de este parque maravilloso.
¿Cómo siguió tu relación con la música después de esas clases de guitarra?
No paró más. Si bien se volvió algo obligatorio como ir a la escuela, a mí me picó el bichito. La vocación también se presentó pronto y empecé a tener inquietudes de todo tipo. Escuchar mucho, ir a recitales. En mi familia no estaba la costumbre de ir a recitales, conseguir discos prestados, hacerme amigo de aquel que toca otro instrumento. Empecé a conectarme. El que tiene un poco la vocación musical tiene esa tendencia de contactarse con aquel que siente lo mismo. Tenés la música presente, ni te lo propones, parás la oreja en todos lados. Seguí estudiando con otros profesores, nunca más abandoné la actitud. Aunque yo no me proponía ser músico, para mí la música era algo que estaba en mí. Yo no soy una persona de gran autoestima, me parecía que grabar un disco no era para mí, era para seres privilegiados que llegaban a ser músicos. Me conformaba con la guitarra en los campamentos, con tocar en mi casa. Pensaba estudiar historia, ser profesor o seguir el rubro de mi padre con los autos, la mecánica. Ese era un poco mi destino, pero esto otro siguió ocupando espacio. Cada vez más. Cuando me quise acordar ya estaba estudiando, integrando coros. Otras personas también me impulsaron, confiaron más en mí de lo que yo confiaba. Un buen día me encontré con una persona que anoche murió: Coriún Aharonián. Él me propuso grabar un disco con su sello independiente y así grabé mi primer disco. Sin darme cuenta me fui metiendo de una manera más seria en la música, casi involuntariamente.
¿Hubo algo que te haya definido o colocado en el lugar de músico profesional?
Todo fue muy progresivo, fue un movimiento muy lento. ¿Viste cuando en algún trámite o formulario te preguntan qué profesión tenés? Yo recién a los 30 años me animé a poner “músico”. Ya lo era en algún punto, había grabado discos, pero no lo tenía asumido. Ahora digo “músico” cuando me preguntan porque ya tengo 60 años en esto.
Es difícil para las personas hacernos cargo de eso que a vos te pasó en forma progresiva. Hacernos cargo con todo de un deseo o de una profesión fuera de las convencionales. Es un camino largo, más difícil, pero sincero, ¿no?
Es difícil, sí. Es difícil separar esta cuestión tan de uno, tan de adentro con la palabra “profesión”. Yo la música la tengo tan encarnada que no se me ocurría decir “músico”. Si te preguntan: “¿Vos qué sos?”, no se te ocurre responder: “Soy un ser humano, tengo ojos, tengo piernas” y la música es eso para mí.
Además de músico, nosotros te nombramos como poeta. ¿En qué momento te sentaste a escribir? ¿En qué momento dijiste “estoy escribiendo mis canciones de esta forma”?
Empezó como un juego a los 12 años. Un tanteo de “a ver si puedo”. Lo intenté. Los primeros intentos, las primeras canciones eran horribles, no son cosas que conservé o grabé. Fueron tanteos. Las ideas que tenía a esa edad eran limitadas en ese aspecto, con muy poca información, con pocas lecturas. Mi mundo de expresividad poética era muy limitado. Escribía pavadas. También a partir de esa edad empecé a tener cierto contacto con la literatura y con los buenos letristas de canciones. Le presté atención a las grandes letras que había en nuestro entorno o en Brasil, menos el mundo anglosajón porque yo no sabía inglés hasta que conseguí traducciones de Dylan por ejemplo. Pero si tenía a mano a Yupanqui, a Serrat, a Chico Buarque, a Zitarrosa, grandes letristas. Me gustaba mucho lo que hacía Horacio Ferrer con Piazzola, todo el repertorio de los Olimareños. Después comprendí lo que era cierto manejo libre del surrealismo, metáforas muy locas. Y también el primer disco de Almendra, las letras de Spinetta cuando tenía 18 años: Fermín, Muchacha ojos de papel, Laura va. Eso es poesía. Yo empecé a pensar que había una forma distinta de combinar las palabras, no tal como hablamos todo el tiempo. También hay una manera más riesgosa de combinar dos palabras para que eso dé otro resultado, algo nuevo. Es un poco la definición de metáfora, ¿no? Empecé a escribir de otra manera. Ahí tempranamente creo que descubrí una forma de escribir que quizás sea la que tengo hasta el día de hoy. A uno se le marcan las cosas tempranamente, lo mismo que la música. Todas mis influencias entre los quince y los veintipocos son las herramientas que yo seguí manejando hasta el día de hoy. Después no seguís con la misma fiebre de escuchar y escuchar que tenés en la juventud de asimilar tanto. Una vez que llenás el baúl, te dedicas a reordenar esas cosas.
¿Hoy es más difícil que te sorprenda algo o que te transforme?
Siempre hay que tener esperanzas de que algo te transforme, pero es más difícil. Me parece que está relacionado con lo biológico, con los capullos de la vida. Hay etapas en la vida para las cosas. La etapa formativa suele ser una etapa temprana, luego vos tenés la suerte de encontrar tu voz, tu característica, tu personalidad y te formaste convenientemente, ya no es tan necesario. Aunque repito, siempre es bueno seguir atento y abierto. Pero yo, después de esa etapa de estudio, de ingresar, de aprender durante quince años, me pasé otra cantidad de años en donde no estaba tan atento en adquirir sino más bien en hacer. Y tuve un período muy fuerte de producción que va desde mis vientipocos hasta mis cuarenta y cinco, cincuenta. Tuve mucha composición, muchos discos, mucha música instrumental, hice música para teatro, para cine, acompañé a otros músicos, fui arreglador, productor de discos, compuse como 300 canciones. Ahora estoy un poco más calmo, más moderado, pero también es un tema biológico. Un hombre de 60 años no sale a jugar al fútbol todos los días. Estás más calmado, es natural, es físico.
A nuestra generación le empezó a llegar tu música en 2010. Amigos y amigas empezaban a escuchar y a hacer temas de Cabrera, de El Príncipe, de Mateo. ¿Vos tenés una explicación o una idea de por qué?
No. Me encantaría tenerla. Yo no sé. Se ve que había un espacio que no estaba lleno, arriesgo. Evidentemente había un hueco que nosotros lentamente fuimos rellenando. Quizás en la Argentina hubo durante las últimas tres o cuatro décadas una gran predominancia del rock. Ahora no, pero hace 20 años el rock era tan presente y tan predominante que prácticamente no había lugar para otra forma musical. Entonces, todos los que intentaban hacer otra cosa no tenían posibilidad, fracasaban. No tenían difusión, las discográficas no se interesaban, el público quería rock. Era algo que observábamos desde Uruguay, que no sucedía así como allá. Se ve que eso produjo una cierta saturación, la necesidad de un cambio, y se empezaron a fijar en nosotros. La gente curiosa de hacer música vio que en Uruguay había otra manera. Y ese público interesado empezó a llevarse los discos, algunos sellos chicos de Argentina se animaron a editarnos. Y creo que también esa pequeña ventanita que se abrió motivó y le dio ánimos a una nueva generación de músicos argentinos que empezaron a hacer canciones no rockeras. Algo así sucedió. Igual sigue habiendo rock y sigue siendo fuerte, pero por lo menos hay otras cosas. La antigua situación era un poco artificiosa porque la música no es solo rock. Hay bandas maravillosas de rock argentinas, el mejor de habla hispana, pero ocupaba todo el espacio.
¿Qué importancia tiene para vos el río, la rambla, la costa?
El que vive acá ni se da cuenta porque lo tenés incorporado. Nosotros tenemos que hacer el ejercicio de pensar “qué linda que es la rambla, qué privilegio”, porque es normal. El montevideano la usa permanentemente, todo el mundo baja a la rambla a correr, a pescar, a mirar el atardecer, a tomar mate, porque es una maravilla, es un paseo gratuito y un índice de democracia. Unifica, nadie te cobra entrada, es una belleza que todos por igual pueden disfrutar. Pero no solo acá en Montevideo, en toda la costa sur del Uruguay, todo el río Uruguay desde el departamento de Artigas hasta el de Rocha se disfruta del río, o el mar.
Como letrista y autor, ¿vos partís de una imagen y después la acompañas con la composición?
Muy rara vez he dicho “quiero escribir sobre esto”, tendría que pensar. Es más un “ir probando” para mí. Hay un impulso, sí. Pero yo no estoy escribiendo todo el tiempo, me puedo pasar un año o seis meses sin hacer nada porque no se me ocurre, porque no tengo el impulso. Cuando lo tengo, son difíciles de describir en palabras. No sé si es algo espiritual, es algo mental, es como una sensación, la sentís, sentís la sensación de que estás pronto, que estás dispuesto. Entonces cualquier asunto, cualquier tema me motiva, me empuja a tomar una nota de algo. Generalmente es la letra primero. Y recién ahí, cuando tengo la letra terminada, empiezo a pensar en la música. La letra puede demorar meses en hacerse porque el primer impulso me alcanza para una frase. Una frase que yo considero linda, ingeniosa, no sé. Fruto de esa emoción que apareció, vi algo en la calle, vi una película, tuve una charla con un amigo. Se me ocurre una frase que me resulta interesante, linda, me siento feliz de haberla hecho. Pienso que esto puede continuarse. Y a partir de eso hago un trabajo más racional. Ya el impulso primero se fue. Eso que podemos llamar inspiración o las musas o lo que sea, alcanzó para sacar esas pocas frases. Pero esa frase te deja a vos la motivación de continuarla. Y arranca el trabajo más metódico que me puede llevar meses. Con una frase o dos no hacés nada, precisas por lo menos 20 líneas. Entonces la continúo, trato de volver a recuperar aquello. A veces no sabés para dónde va. Una frase o dos te puede dar para arrancar a muchos lugares diferentes, es inicial, todavía no sabes de qué se va a tratar la canción. Si se me ocurre una idea paralela, la pongo en un costado, tengo que rellenar en el medio otras dos o tres estrofas más para llegar a esta. Es una cosa metódica que no es de inspiración. Ahí empezas a utilizar tus herramientas, tus recuerdos, tus ejercicios poéticos. Aparece eso que uno desarrolló, ciertas soluciones automáticas que están adentro tuyo.
¿Y qué cosas trabajas?
Yo le presto mucha atención a la métrica. Tiene que ser muy riguroso. La rima también, pero sobre todo la métrica porque eso facilita después la musicalización. Cuando vos regulás la métrica, después podés aplicar la música a viarias estrofas. Ahora, si la métrica es libre y los versos son libres, tenés que inventar millones de melodías distintas para cada verso. A mí me interesa eso porque facilita el trabajo. Ahora también es trabajoso hacer muchas estrofas exactamente con la misma métrica y la misma acentuación, que no sobre ni falte ninguna sílaba. Es un trabajo hermoso y yo lo hago con un gusto enorme. Es un desafío.
¿Solés quedar satisfecho con el resultado?
Quedo muy feliz cuando lo termino. Eso incluye también que no siempre yo comprenda perfectamente lo que escribí. Me acostumbré de joven a permitirme eso. Permitir que yo, al igual que luego le va a pasar a cualquiera que lo escuche, sienta también ciertos enigmas de lo que dice ahí. Me ha pasado con muchos versos que se te vienen a la cabeza y yo los leo y digo: “Esto no quiere decir nada”, son medio ambiguos, y digo: “Lo voy a dejar”. Hay un tema de coraje, de animarte a dejar una cosa que ni vos mismo podés defender. Pero algo te hace sospechar que está bueno, que suena bien. Aunque no sea claramente explicable. Yo creo que esos pequeños matices de coraje, de valentía, de dejar algo que vos no sabés qué significa, también forma parte del proceso creativo. Hay muchas cosas que se hacen así. Sobre todo en las letras. Y luego pasa el tiempo y la canción sale, se edita, la gente la conoce. Es curioso porque he observado muchas veces que esas frases extrañas son las que más gustan, las que más funcionan.
Hay un recital muy lindo de una joven Mercedes Sosa en Suiza que cita una frase de Cesare Pavese que dice: “Todo poeta es un profeta, solo que el poeta finge no conocer lo que ya sabe”.
Es lo que agradecemos como público cuando escuchamos al otro diciendo una cosa que no fuimos capaces de definir nosotros, pero que otro la dice por vos. A todos nos pasa eso.
Me da la sensación de que a tu música es muy importante escucharla en vivo en espacios pequeños, intimistas.
Es lo que sucede la mayoría de las veces. No soy un músico que tenga tanto público como para tocar en un estadio, pero las veces que toqué en grandes lugares con miles y miles de personas hubo silencio. Fui invitado cuatro veces por la Bersuit al Luna Park y canté yo solo con la guitarra o la caja de fósforos. Había 10 mil tipos que no eran mi público y se quedaron en silencio escuchándome. Estaban haciendo pogo unos segundos antes. Si yo lograra reunir 10 mil personas que son hinchas míos, no vuela una mosca. El público mío va a escuchar. Lo que yo hago no es para bailar y saltar y tener una expresividad física. Que está bueno, no está mal, uno también va a un show a saltar o a cantar a los gritos con el cantante. Conmigo no pasa eso, la gente cuando canta conmigo, canta despacito. Lo que yo hago es muy de concentración, un formato quizás en desuso. La gente va a una cosa concentrada, a escuchar, a sentir. El público mío es así no porque sea especial o tranquilo, el producto es así. La gente se queda sentada y tiene el mismo nivel de participación que si estuviera gritando, bailando.
¿Tu música es nostálgica?, ¿te identificas con esa interpretación?
Solo en un pequeño porcentaje de mis canciones pudiera haber algo llamado “nostalgia”, pero ni yo lo quiero subrayar, ni es mi intención. No me gusta la nostalgia, ni tampoco provocarla como un insumo espiritual porque no sé si es algo positivo. Si viene un día y tenés un pequeño momento de nostalgia inevitable porque tus recuerdos te lo traen, que venga, esté un ratito y que se vaya. Vivir en estado de nostalgia no da, es vivir en otra cosa que ya no está, que ya no existe, tenemos la obligación de combatirlo. Si nos pasa eso, es mejor no regodearse. No pensar: “Lo pasado fue mejor, que mal que estoy ahora”, eso es peligroso psicológicamente. Entonces, es más sano decir: “Si pasaron cosas buenas, que suerte que tuve. Forman parte de mí y la vida sigue". Una pérdida, un ser querido que murió, no importa: sea lo que sea, no permitir que se instale en tu cabeza el estado ese de pena, de lamentarse. Es muy paralizante. Más de una persona me lo ha dicho, pero no quiero representar eso. Deben ser el uno por ciento de mis canciones que son nostálgicas. Hoy no las haría.
Un ejemplo puede ser la canción “Cine religión”.
Ves. Exacto, en vez de llorar los cines, yo digo: mejor que sea un templo a que te lo conviertan en un estacionamiento o que lo tiren abajo. Ahora por lo menos sigue cumpliendo con la misma función con la cual fue hecho: reunir gente a conectarse con algo. Antes era el cine, ahora con una religión. Y se conserva impecable porque el que lo considera un templo lo cuida. Está bien, es un buen ejemplo. Si yo fuese un nostálgico, hubiese hecho una canción lamentándome de que las sectas se metieron en el cine.
¿Cuál es tu presente Fernando?, ¿qué estás haciendo?
Acabo de terminar un disco nuevo que sale en un mes, se ve va a llamar Cuatro, tres, dos. En Buenos Aires no sé si sale ahora, a fin de año o el año que viene. Son una serie de canciones nuevas mías. Estoy muy contento, estuve todo el año trabajando en él. Tengo algunas actuaciones en Argentina. Voy a tocar con Liliana Herrero y con Ferraguti, un brasileño virtuoso del acordeón, en el teatro San Martín. Después voy a estar en enero en Café Vinilo. Y después cosas acá. Normal, contento con el disco nuevo. Viviendo.
Cuando sacás un disco, ¿sabés cuáles son las 3, 4, 5, canciones que van a gustar más? Porque si bien eso lo hace la gente, algo lo podés intuir.
No tengo idea. Sé que hay colegas que tienen esa intuición, que dicen: “Esta es a la que va a ir bien” y la ponen como single, la promocionan más o le dedican más tiempo en el estudio. Yo, lamentablemente, nunca pude darme cuenta de eso. Es más, me han pasado cosas contradictorias como que canciones que yo pensaba que eran flojas, las metía en el disco en un lugar once, al fondo, y después era la más exitosa o la que a la gente más le gustaba. Y alguna vez que yo pensé: “Esta canción va a pegar” y no sucedió. Yo no tengo esa especie de visión o mirada comercial, de saber dónde está el gusto de la gente, dónde está la sensibilidad de lo que está pasando. Es un problema, estaría bueno contar con esa habilidad, pero no la tengo.
Cuando tocás en vivo, tu repertorio no es tan previsible, ¿cómo lo armás?
Las suelo cambiar. Algunas las dejo porque sé que me las van a pedir. Y está bien porque si me pongo en el lugar del público y voy a ver un artista, quiero que toque mi canción favorita. Pero en general hago cambios, voy modificando el repertorio. Siempre lo armo en función de mi estado de ánimo y no pensando en qué va a querer el público. Me expreso yo. Ver qué canciones tengo ganas de cantar esa noche, eso también es expresarse. A veces son canciones viejas que hace años que no hago, a veces son las más nuevas, incluso inéditas. Depende de lo que yo tenga ganas. No por una cuestión egoísta, sino por sentirme cómodo en el momento en que estoy en el escenario, hacer lo que necesito hacer y no forzarlo. A veces hay canciones que no tenés ganas de hacer. Hay algunas que te arrepentís de haber hecho y no querés tocarlas nunca más, entonces si las hago voy a estar incómodo. El público mío ya sabe que voy a hacer un repertorio que no se sabe cuál es. Pero igual algunas canto, no todas las que me piden, dos o tres sí. A veces te aburrís de una canción y necesitás dejar de hacerla por un tiempo para volver a tener ganas.
Un autor muchas veces tiene que tratar de ponerse en el lugar del otro como creador, vos los hacés en algunos temas.
En la canción El Loco el que habla en primera persona es un loco que está internado. Yo traté de imaginar cómo sería sentirme así, que la sociedad te saca para afuera, te interna, traté de imaginarme, lo cual obviamente es muy artificial. Cada locura es diferente. En Mudanza el que relata es un niño que no entiende lo que pasa, nadie le dijo que se iba a mudar, es una decisión de los adultos. Intenté ese enfoque. Olvidarme de mí, tratar de no pensar por mí y ponerme adentro de otra persona. Que en definitiva es lo que hace todo novelista o todo autor teatral. Tratar de yo ser otro.
O mismo ser una mujer, sacar hacia afuera la energía femenina que tenemos.
La tenemos, sí. Se trata simplemente de dejar que esté, porque lo que hacemos es reprimirlo. Hay que liberarla, todos somos mujer. La civilización te lleva a reprimir ciertas cosas, son el machismo y esas cosas que de chiquito te enseñan. "El hombre tiene que tener tal rol" y si hacés esto otro es de mujer. ¿Y por qué no voy a ser mujer por un rato?, ¿por qué no si lo tengo adentro? La sensibilidad, la delicadeza, el hombre se reprime. A mí siempre me gustaron los hombres delicados, por ejemplo, pero es raro encontrar hombres delicados porque la sociedad no te lo permite. Y el hombre delicado es más completo, es mejor, hay que animarse a ser delicado.