Por Juan del Pino*
Ante el intento de magnicidio, urge construir un gran acuerdo político y social en torno a los fundamentos básicos de la democracia.
Una parte no mayoritaria de la oposición, pero tampoco insignificante, ensaya el argumento de que el intento de asesinato que sufrió Cristina fue un hecho delictivo pero no un acto de violencia política. Se argumenta, para sostener esto, que no fue una organización política quien llevó adelante el intento de crimen.
Por un lado, cabe señalar que se apresuran a afirmar esto antes de que el poder judicial dictamine. Es decir, ya están juzgando que el perpetrador actuó de manera individual y sin organización, a pesar de que el hecho está siendo investigado. Caen en una práctica que suelen condenar, en un nuevo ejemplo de doble moral. Una vez más, ven la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el propio.
Pero el error central de este argumento, sin embargo, radica en soslayar el hecho de que el asesinato fue intentado por razones eminentemente políticas. Es decir, a Cristina no la quisieron matar para robarla o por motivos de índole personal (el tipo que jaló el gatillo no la conoce personalmente). A Cristina la quisieron matar por razones políticas. Más aún, no la quisieron matar tan solo por lo que piensa y lo que dice (si fuera así, podrían haber matado a alguien menos relevante). No, a CFK la intentaron asesinar por lo que representa, por lo que es para la sociedad, es decir: por su rol político.
Esto es evidente, no hace falta para ello esperar que haya cosa juzgada. Nadie honestamente puede sostener que el objetivo fue azaroso o que el móvil no fue precisamente político. Las posiciones políticas del delincuente están harto evidenciadas, se encargó de decirlas en TV y publicarlas en sus redes sociales (donde pudieron leerse antes de que fueran dadas de baja).
El intento de asesinato que sufrió Cristina fue un acto de violencia política evidente y que lo intenten negar personas que, por cierto, se dedican a la política, es difícil de entender. La única razón que se me ocurre es que pretenden desvincular el intento de magnicidio de la política de odio hacia CFK que llevan adelante.
No faltan quienes, reconociendo o no la esencia política del hecho, arguyen que se trata de un acto de igual gravedad que cualquier otro intento de asesinato. El diputado Milei está haciendo de esto una bandera. Es otro argumento falso. Por supuesto que todo intento criminal es un acto grave y debe ser juzgado y penado. Pero el intento de asesinato a CFK reviste una gravedad adicional porque, además de intentar quitar una vida, lo que se buscó fue coartar el derecho democrático de millones de compatriotas que la elegimos a ella como referencia de nuestros intereses y deseos políticos. Por esa razón ayer millones de compatriotas nos movilizamos a lo largo y ancho de toda la Argentina.
Que haya diputados nacionales y referentes políticos opositores que no pueden discernir estas cosas es preocupante, porque da cuenta de lo poco que entienden (o de lo poco que les interesa) la democracia. Respetar los derechos democráticos, respetar nuestra libertad para elegir a quien deseamos para expresar nuestras aspiraciones políticas (la forma de sociedad que queremos habitar), es el ABC de la democracia, su piedra angular.
Llegado a este punto, habiendo estado a un pelo de que la Argentina cayera en el abismo, resulta imperioso poner clara en el centro de las mesas de la Argentina, la necesidad de respetar y tolerar a quien piensa diferente. Nadie es una cucaracha, toda persona merece un juicio justo antes de ser juzgada y todos tenemos el derecho a elegir nuestras representaciones políticas. Si ante un intento de magnicidio la dirigencia opositora, social, política, empresaria, no logra comunicar de manera contundente estas premisas elementales para la vida democrática, el futuro de nuestro país se avecina muy oscuro.