El relato no absuelve

Paolo Barbieri Vicente López

Por: Paolo Barbieri (Secretario General del Municipio de Vicente López)

El primer tranvía del país se construyó en la ciudad de Paraná, la línea iba del centro al puerto. La obra fue financiada por el empresario italiano Jorge Suárez, tío abuelo de Jorge Luis Borges. Para conseguir la concesión, Suárez, tuvo que visitar a Urquiza en el palacio San José. En uno de los salones se había montado una sala de juegos, los visitantes asiduos, sabían que para conseguir el favor del general había que apostar y perder. Suárez era un buen jugador y desconocía el sistema,  ganó todas las partidas y Urquiza le pagó unas cuantas onzas de oro.

Como no logró que le otorguen la concesión, Suárez tuvo que hospedarse unos días en el palacio. Los demás visitantes le advirtieron que los acuerdos se cerraban cuando se perdía una cierta cantidad de apuestas, siempre determinadas por el General. Durante las siguientes partidas a Suárez le costó mucho perder, pero aceptó las reglas de juego y cumplió con la coima. Cuando Urquiza se sintió satisfecho, le otorgó la concesión.

La corrupción no entiende de épocas o fronteras, ni tampoco de ideologías, pero una cosa es un corrupto y otra muy distinta es una asociación ilícita conformada desde la presidencia de la Nación. Dejemos algo en claro: Lazaro Baez, amigo y socio de Nestor Kirchner, creó la empresa Austral Construcciones en paralelo a la llegada al poder del Kirchnerismo. Hasta ese día había sido un empleado bancario. Doce años después, semanas antes de la asunción de Mauricio Macri, vialidad le pagó a Baez 537 millones de pesos por obras no construidas. En el medio, hubieron decretos para favorecer las maniobras, y el hecho irrefutable de que, Lazaro, pagaba religiosamente el 40% de lo que recibía de vialidad a los hoteles de Cristina Kirchner. La maniobra era tan burda que los pagos se efectuaban con los mismos cheques de vialidad.

Los hechos son sagrados, pero la opinión es libre.  Ante tamaña realidad Cristina Kirchner elige hacer lo que la izquierda ejecuta desde sus inicios en todo el mundo: Desnaturalizar el lenguaje con el objetivo de transgredir los hechos. Para el kirchnerismo, entonces, Cristina no es una condenada, es una proscripta. Poco les interesa que haya sido juzgada durante casi dos décadas por diferentes instancias y decenas de jueces y fiscales; y que casi todos sus ministros hayan sido condenados, es una proscripta. Presentarse como víctima, cuando las víctimas son los argentinos, especialmente aquellos que sufrieron en carne propia la corrupción como los de la tragedia de Once o los miles de muertos en accidentes viales en rutas olvidadas por Dios pero cobradas por ellos.

La defensa del lenguaje, la discusión eterna contra los mentirosos, es tal vez la batalla cultural más importante que debemos dar. Una gestión eficiente es importante y clave para cambiar el país, pero no es ni de cerca lo único relevante. La excusa puede ser muy loable, pero la política precisa convencer mediante una narrativa que sea capaz de descifrar y desacreditar las mentiras constantes del populismo.

Los autores intelectuales del cemento no se come, repiten que no hay pruebas contra Cristina. Acostumbrados a negar la realidad, como cuando violentaron todos los números del Indec con un matón a cargo, son incapaces de hacer la más mínima reflexión sobre el aterrador nivel de corrupción que engendraron sus ídolos.

El populismo se desentiende de la realidad y se enfoca en la percepción de la realidad. Para eso tiene, lamentablemente, muchos aliados. Algunos periodistas que reproducen sus mentiras y se desentienden de las pruebas, políticos, militantes y personajes que rebuscan argumentos falaces intentando desprestigiar a los jueces.  Mientras tanto, en la vereda oficialista e ideológica opuesta, se pone en discusión la importancia de la institucionalidad y la división de poderes.

En reiteradas ocasiones, la Corte Suprema, ha dejado en claro el valor de las instituciones. Es mérito del gobierno Nacional también, nobleza obliga, haber sorteado las acusaciones infundadas de lawfare que denunciaba el kirchnerismo. No hay, en general, un discurso en contra de los jueces por ser “libertarios”.

El mayor enojo del kirchnerismo es contra Macri, aunque es probable que eso se deba a cuestiones más relacionadas con que Mauricio fue quien les hizo conocer la derrota cuando se creían imbatibles. Ahora, ya acostumbrados a perder y conscientes de que precisan la ayuda de diferentes secuaces (Alberto, Massa, etc) para soñar al menos con arañar un triunfo, sus enojos los remiten a la nostalgia del pasado.

El peronismo debería aprender que la corrupción tiene consecuencias. Es hora de que sus dirigentes empiecen a combatir semejante flagelo y sus militantes a dejar de ser tan permisivos con sus líderes. Cuesta entender que no tengan el más mínimo sentido de autocrítica ni con éste tema ni con la inflación. Aún a costa de la extrema pobreza, muerte y destrucción que han causado en todos los ámbitos de la Argentina.

El ejemplo que acaba de sostener la Corte, debería servir para dejar de socavar las instituciones. Una justicia independiente y un Congreso representativo son valores indispensables para el desarrollo de cualquier país. Que existan jueces desastrosos y diputados payasescos, es el ejemplo claro de que no son más que individuos corrompidos dentro del sistema; pero que en ningún modo personalizan la justicia ni el Congreso.

Ojalá el cierre del proceso judicial a la delincuente  Cristina Kirchner sea el fin de la destrucción argentina. Sirva para poner punto final a las más de dos décadas pérdidas de la clase media Argentina. Una clase agotada de no ver el progreso y diezmada ante los resultados educativos; y que, sin embargo, es la columna vertebral de cualquier país que aspire a desarrollarse. Con una economía normal, donde la inflación sea un hecho del pasado, las instituciones sean fuertes, y la búsqueda de impunidad un acto despreciable para toda la sociedad.