El lunes 21 de octubre la emisora de Martínez cumple 25 años, y lo festejará de la única manera que puede hacerlo: ¡Haciendo radio!
El lunes 21 de octubre a partir de las 14 horas la radio va a emitir una programación especial donde se repasará la historia de la radio y la de todos los que pasaron por sus micrófonos.
La cita es en el dial de la Fm 100.3, on line en www.fmfenix.com.ar ó directamente en Aristóbulo del Valle 169, Martínez.
FM Fénix, una radio del barrio
El 21 de octubre de 1988 FM Fénix hizo su primera transmisión de prueba. Totalmente experimental, apenas unas voces que salieron desde el "laboratorio" de Ramón Sapere y que, probablemente, sólo fueron escuchadas a poco más de un kilómetro de distancia, en la casa de su hermano Carlos.
Los dos venían de una tradición radiómana, heredada de su padre Cayetano “Tito” Sapere. Éste era un personaje de esos que sólo existían en otra época. Un emprendedor que había alternado entre el periodismo (el semanario Tribuna de Martínez, en los años ´30), una disquería (la Casa Sapere, poco tiempo después), la invención (patentó un sistema de reproducción de discos) y la industria (fabricó las célebres antenas Trial Zig-Zag, algunas de las cuales sobreviven en los techos después de medio siglo). Pero por sobre todas las cosas era un radioaficionado, que experimentaba constantemente con receptores y transmisores.
Pero la idea de la radio creció fundamentalmente bajo el concepto de Carlos Sapere, de entender la cultura como la principal herramienta de un posible cambio social.
No hay que perder de vista el “espíritu de época”. Para 1988 ya era imparable la explosión de las radios “piratas”, "truchas" o “alternativas”. Surgían pequeñas emisoras en cada barrio. Sólo hacia falta un equipito artesanal de muy poca potencia, un micrófono, un tocadiscos, una lámpara roja y muy poco más. La consigna era revolucionaria, se rompía el modelo unidireccional de la comunicación tradicional. Ahora los ciudadanos también tenían voz.
Así, tipos como Carlos Sapere, Marcelo Corti, Andrés Donadío, Gabriel Torregrosa –y varios más– empezaron a rotar por diferentes lugares de Martínez donde provisoriamente se iba armando el estudio, como la casa de Don Rolando un excéntrico vecino del barrio. En algún momento de ese recorrido, el transmisor de la radio se quemó. Literalmente. Con los componentes que se lograron rescatar de las cenizas se armó otro equipo. Y ahí la radio, que había tomado nombres erráticos como “Radio Corsario” y cosas por el estilo, finalmente tomó el nombre de Fénix. Como la mítica ave que resurgía de las cenizas. Quizás no por casualidad, también el nombre de la vieja imprenta de Martínez donde se imprimía el semanario Tribuna.
Así, con grandes errores y un puñado de aciertos la radio siguió adelante, ofreciendo siempre lo mismo: un micrófono abierto para las inquietudes de los que se creía que no tenían derecho a hablar. Un punto de encuentro para grandes grupos de amigos, muchos de los cuales se conocían las voces de memoria aunque nunca se habían visto las caras.
En algún momento de 1989 la radio se mudó a la vieja casa de Carlos Pellegrini 1743, sede de la radio por más de dos décadas. Ahí se trazaron las principales directivas de la emisora: apertura de temas, pluralismo ideológico aún si no se coincidía con la opinión de la dirección, evitar las bajadas de línea. También se planteó la autogestión, para lograr una independencia económica, ya que siempre fue proyecto realizado sin tener ni un capital inicial ni ningún misterioso mecenas.
En una vieja entrevista de 1995, Carlos Sapere aseguraba que “nuestro objetivo no es hacer dinero, si no sacar adelante un grupo humano, una cultura zonal”. Es que en un marco como el actual, donde hay un mercado de la comunicación y una comunicación de mercado, el espacio para una pequeña emisora zonal que ofrece voces “sin carnet” y música que no está a la moda, parece destinado al fracaso. Y probablemente lo esté, si la única forma de medir los éxitos fuera con relación a objetivos económicos.
Sin embargo hay otra forma de medir el éxito: Después de 25 años hay una luz roja que, mágicamente, todavía se enciende. Aún hay alguien con algo para decir. Y alguien, del otro lado, dispuesto a escuchar. Y eso, definitivamente, no es poco.